Pues se utilizaba a mansalva la yesca y el pedernal.
Tenemos que agradecerle el invento de las cómodas cerillas a un farmacéutico británico.
En 1826, John Walker notó un bulto seco en el extremo de un palo mientras agitaba una mezcla de productos químicos.
Cuando trató de rasparlo saltaron chispas y llamas.
Tras sobresaltarse con el inesperado descubrimiento, Walker comercializó los primeros palitos de fricción como “Friction Lights” y los vendió en su farmacia.
Los fósforos o cerillas iniciales estaban hechas de cartón, pero pronto los reemplazó con tablillas de madera cortadas a mano de aproximadamente 8 centímetros de largo.
Se vendían en una caja equipada con un papel de lija.
Aunque se le aconsejó patentar su invención, decidió no hacerlo porque consideraba que el producto era un beneficio para la humanidad, lo que no impidió que otros le birlaran la idea y recibieran los beneficios.
Una vez más comprobamos que no siempre los descubrimientos son fruto de una investigación con un objetivo definido, sino que de la experimentación y también la casualidad surgen las grandes ideas.
Pero además vemos en este caso que, si Walker no hubiese estado experimentando mezclando productos, no habría dado con el resultado, ni siquiera por casualidad.
En The Traffic Lab estamos siempre experimentando porque es la mejor manera de conseguir resultados y, a veces, incluso hacemos descubrimientos 😉